Reseña: Esas cosas del fútbol, El Mercurio

Reseña: Esas cosas del fútbol, El Mercurio

Reseña: Esas cosas del fútbol, El Mercurio

La geografía humana del fútbol, con ser evidentemente muy numerosa, tiene también muchísima diversidad. Están, desde luego, los jugadores y el público común, pero también el árbitro, los guardalíneas, los dirigentes, los reporteros gráficos, el aguatero, las barras, los reservas, los vendedores, los pasapelotas, los controles, los veedores, los paramédicos, los camilleros, los astros de otras épocas y – last but not least- los comentaristas, esos vociferantes crónicos acostumbrados a gritar por el micrófono las jugadas más intrascendentes y a prolongar el grito de gol hasta que no les queda una molécula de oxígeno en los pulmones.
De un tiempo a esta parte, esa ya rica geografía humana del fútbol se ha visto engrosada por los narradores, esto es, por algunas plumas literarias o periodísticas que escriben sobre partidos, jugadas, arbitrajes, goles, autogoles, penales, córneres y campeonatos, con una libertad, un talento y una ambición que retuercen un tanto, y desde luego sobrepasan, lo que es la habitual crónica deportiva.
Camus y Cela pueden ser dos buenos ejemplos al respecto, lo mismo que, más recientemente, Osvaldo Soriano en Argentina y Nick Hornby en Inglaterra, todos escritores que se han fijado en el fútbol como material de vida y de escritura, introduciendo un cierto contrapeso a ese odio al fútbol que suele campear entre intelectuales y hombres de letras. Pues bien, estas Nuevas cosas del fútbol, de Francisco Mouat (Ediciones B, Santiago), que siguen a un libro anterior del autor llamado Cosas del fútbol, se inscribe con títulos propios entre esas narraciones futboleras memorables que transmiten la pasión por un deporte que sólo unos cuantos idiotas pueden creer que se reduce a 22 figuras humanas corriendo tras un balón de cuero en un campo rectangular tizado. Algo parecido ocurre con la hípica, como lo prueban los espléndidos libros de Fernando Savater sobre el juego de los caballos, una actividad que sólo la miopía emocional de algunos puede confundir con esperar a que cada largos 30 minutos se dé la largada a una prueba cuyo desarrollo toma a veces apenas unos cuantos segundos.
El nuevo libro de Francisco Mouat está hecho de observaciones, pero, sobre todo, de clasificaciones. Como aquella de los futbolistas sin condiciones en “malitos”, “malos” y “malos-malos”. O aquella otra de las 46 maneras diferentes que tiene un jugador de celebrar un gol, desde la “religiosa”, hincado en el césped, hasta la “erótica”, moviendo la pelvis frente a las tribunas, pasando por la “silenciadora”, que se produce cuando el autor de un tanto corre hacia la barra contraria con el dedo índice sobre sus labios. No menos exhaustivas e hilarantes resultan las 19 tipologías de foul que un jugador puede cometer contra un adversario.
Aunque tratándose de fútbol, lo mejor de todo son los personajes que aparecen y desaparecen en estas páginas que se recorren con el placer nunca consumado del lector que sabe que poco más adelante va a encontrar en ellas un nuevo episodio aun mejor del que se encuentra disfrutando. García, el mago del lente, especialista en captar la imagen de un balón justo en el instante en que se estrella contra uno de los postes; Hugo Sánchez, el notable delantero mexicano del Real Madrid, acomodándose algo más que la cabellera ante los fanáticos del Barcelona en el Nou Camp; Víctor “Pititore” Cabrera haciendo sus cabriolas en la cancha de San Luis de Quillota; Nino Landa, la leyenda, dando el puntapié inicial al Mundial del 62, a las 5 de la tarde del 30 de mayo, y muriéndose en una cama del hospital Barros Luco a las mismas 5 de la tarde del 30 de mayo de 1987; el iracundo Helvio Porcel de Peralta, que sólo en Chile fue expulsado 97 veces de la cancha; Lev Yashin, la Araña Negra, quizás si el mejor arquero de todos los tiempos, al que le gustaba gastarse el dinero en ternos grises y cigarrillos; el Gordo Muñoz, el locutor más escuchado de Argentina, provisto de sándwiches, varias mudas de ropa y un frasco de colonia para matar el hambre, cambiarse y darse una tregua cuando se le caldeaba demasiado su caseta de Radio Rivadavia; y – por supuesto- el entrañable Huaso Romo, del equipo de Santiago Morning de 1942, que terminó sus días vendiendo pílsener los domingos en los partidos del club de sus amores y mirando de reojo las jugadas de quienes le habían reemplazado en el campo de juego.
Para que el fútbol continúe existiendo y nunca suene para él nada parecido al pitazo final que cada domingo vuelve a dejar los estadios tristes y vacíos, se necesitan libros como el de Mouat, como se necesita también de esa larguísima y emocionante lista de personas a las que el autor agradece en las páginas iniciales por compartir el gusto por el color, el sonido y la furia que se apoderan de las tribunas cada vez que asoman por los túneles dos equipos que van a disputar un clásico. Porque, con razón o sin ella, hasta un arquero, que participa en un partido mucho menos que los demás jugadores, pudo decir la frase que un día se mandó Hugo Orlando Gatti, el portero de Boca Juniors: “Si me dan a elegir entre jugar un Madrid-Barcelona o pasar una noche con la Claudia Schiffer, que es muy mona, no tengo dudas: juego el clásico”

El Mercurio

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