Reseña: Gran libro, pienso yo, María Inés Zaldivar
Algunos adioses, muchísimos abrazos.
Pienso que los seres humanos nos agrupamos debido a cables invisibles que se entrelazan entre aquellos que se atraen químicamente, como los animales. Nos sentimos, nos olemos, nos palpamos, en algunos casos incluso, nos apareamos en forma más o menos permanente; en definitiva, nos vinculamos de diferentes maneras conformando un todo orgánico, componiendo algo así como un racimo de uva colgando en una viña, o los granos de un choclo, antes de ser convertido en humita, en algún rincón del mundo.
Estoy aquí, presentando este importante libro Algunos adioses, de Francisco Mouat, porque desde que -hace varios años ya- empecé a leer los sábados sus textos bajo el arco del Tiro libre, percibí que esa pequeña crónica semanal era una de las pocas lecturas en la prensa que hablaban de literatura de la manera en que a mí me interesa hablar de la literatura. Luego, y justamente a raíz de utilizar algo de una de ellas para un texto mío, lo conocí personalmente. En ese momento, sin ninguna duda, supe que éramos humanos de una misma camada, que pertenecíamos a la misma tribu. A esa tribu que se hermana con él, por ejemplo, en su forma de vivir y sentir el fin de este turbulento año 2010, y que acaba de dejar por escrito este sábado pasado: “No pienso mirar los balances de fin de año que muestran en la televisión, las revistas y los diarios. La voz de los mineros vivos, el relato del gol de Beausejour a Honduras en el Mundial o la crujidera del terremoto del 27 de febrero no son la sustancia de la banda sonora de nuestra historia. Prefiero escribir una página con el aire inhalado y exhalado en aquel camino incierto y a veces bello que me corresponde vivir día a día. La belleza: qué magnífica aspiración para un hombre que respira.”
Esta tribu que, como también dice Pancho en las dos primeras líneas del libro que ahora presento, entre otras cosas, comparte ciertas necesidades básicas: “No es casualidad que haya elegido vivir físicamente rodeado de libros que son, casi siempre, una extensión de la memoria y la imaginación. Su magnífica presencia en estanterías de bibliotecas y librerías me equilibra”, porque los libros, como dice más adelante por boca de Elías Canetti: “son sus pesas de plomo. Se aferra a ellas con la fuerza de un infeliz que está a punto de ser barrido por un huracán. Sin los libros, es verdad, viviría más intensamente, pero ¿dónde estaría? No sabría cuál es su lugar, no podría orientarse. Los libros son para él compás, memoria, calendario, geografía”.
Puesto que todos esos libros tienen que ver con que: “Vivimos recordando. De un modo mecánico o elaboradamente, pasamos buena parte de los días y las noches rastreando imágenes y escrutando palabras escritas y dichas que nombran al mundo que nos ocupa. (….) para continuar afirmando que “Como una obsesión que me acompaña a donde voy, trabajo con los materiales de la memoria, leyendo, escribiendo, escuchando lo que otros dicen.”
Así, al inicio de Algunos adioses, el propio autor explicita su íntima motivación y las coordenadas básicas para su lectura: escribe sobre sus obsesiones, estas tienen que ver con lo que le sucedió a personas que de alguna manera llegaron a su vida; escribe a dónde quiera que vaya y acerca de lo que ve; y para ello necesita escuchar y escuchar. Escuchar y escuchar para luego escribir, buena cosa, Pancho.
Por lo tanto, no voy a comentarles lo que él mismo despliega en estas 97 páginas a través de un lenguaje tan cuidado como amable, tan ameno como profundo, tan coloquial como poético, sino más bien voy a celebrar lo que dentro y fuera de sus páginas percibo como el pulso íntimo, vital y estético que recorre vida y obra de Francisco Mouat.
Lo primero, es decirles que los quince adioses -a Julio Riquelme Ramírez, Américo Grunwald, Caterina Grunwald, Georges Perec, Fernando Brodsky, Jorge Peña Hen, José Luis Molinare Zuanic, Enrique Spoerer, Rodrigo Rojas De Negri, María Rosa Martínez Flores, Anisol Loyola, Juan Carlos Onetti, Héctor Croxatto Rezzio, Fidel Sepúlveda y Pierre Jacomet, hechos crónica- contienen en su reverso, cada uno, al menos, un gran abrazo. En breve:Algunos adioses me habla, también y especialmente, de muchos abrazos. Porque descubro leyendo estos textos, que en el dolor más profundo, en el adiós más desgarrado, también puede haber algo de alegría, de abrazo; como también puede existir, dentro del abrazo más apretado, ese pleno del éxtasis del gozo, un alguito de adiós y de tristeza agazapada. Esa es la cosa que descubro con la escritura de Mouat.
Si me permiten, quisiera ilustrar esto de adioses y abrazos con un episodio del libro, al que pondría por título “Los calzoncillos largos”.
En el primer adiós, a Emeric, bautizado por el oficial civil en Chile como Américo Grunwald, relato intenso y conmovedor, el autor nos sitúa pormenorizada y documentadamente en diversos campos de concentración nazis y sus horrores sin tregua; sin embargo allí el abrazo, la posibilidad de algún sentido de lo humano brota en esas heladas tierras como una añañuca en medio del Desierto de Atacama.
Hacia el final de la crónica, después de compartir el congelamiento, la sed, el hambre, la mugre, la tortura, la miseria más radical, Francisco pregunta a Américo:
-“¿Hubo algún respiro, alguna pausa en medio de esta pesadilla?
-Tal vez la única pausa que recuerde de Flossenburg fue cuando en un minuto de frío extremo conseguí un calzoncillo largo”, y Américo cuenta la historia de su pequeño oasis de tibieza:
“Estábamos en la zona de las letrinas, sentados encima de unos tablones, donde nos poníamos de espaldas y hacíamos nuestras necesidades. Ése era un momento de descanso, una especie de sala de reuniones donde podíamos conversar porque no había guardias. Y en la pared había una cañería de media pulgada galvanizada con hoyos, y de ahí salían unas gotas de agua, y así nos lavábamos un poco, hasta que un día apareció un joven colorín que traía un calzoncillo largo de franela, y lo ofrece, se lo había robado en la lavandería, donde trabajaba para los militares. Él quería que yo se lo cambiara por pan o algo así. A nosotros nos daban 200 gramos de pan una vez al día, en la noche, y teníamos que hacerlo durar toda la jornada. Entonces le ofrecí un trato: yo te entrego la mitad de mi ración de pan durante los próximos cuatro días, y tú me das ahora el calzoncillo largo. Hoy es martes, partimos ahora mismo, aquí tienes tu primera mitad, y seguimos mañana miércoles, el jueves y el viernes, y tú vienes a buscar tu pan todos estos días, ¿qué te parece? Él me quedó mirando y me dijo que me tenía confianza, que yo tenía cara de hombre honrado: creo que tú vas a cumplir, me dijo. Era pleno invierno, y me pasó el calzoncillo largo. Hacía un frío brutal. Fue una salvación para mí. Una vez fui a dar testimonio a un colegio aquí en Concepción, y se reían cuando yo contaba esta anécdota, porque decían que hasta en el campo de concentración yo compraba a plazo. Tienen razón, es verdad. Yo había comprado un calzoncillo en cuotas, en cuatro cuotas de pan, porque al contado no podía comprarlo. Y así lo hicimos. Y el colorín fue todos esos días a buscar su ración de pan.”
“Pasó el tiempo, pasó la guerra, y estando yo en Konstanz, en Alemania, ya de novio con Irene, un buen día me cruzo en la calle con este hombre, el del calzoncillo largo, el colorín. Lo reconocí de inmediato, él en cambio no me reconoció, porque yo ya tenía pelo y bigote: “Mírame bien, ¿no te acuerdas de mí?”, le dije. “Tú me vendiste el calzoncillo largo en cuatro cuotas, en el campo de Flossenburg”. El hombre me abrazó y se puso a llorar. Habernos encontrado fue otro milagro. Él tenía una novia, y se casó después, y nos hicimos amigos. Se llamaba Stefan. Más adelante, cuando nos casamos con Irene por el civil, Stefan y su novia fueron nuestros testigos de matrimonio. Me emociona recordarlo.
-Gran historia, corrobora Mouat con certeza.
Gran libro, pienso yo.
Después de la relectura de estos Adioses de Francisco Mouat, de alguna manera comprendo que esta escritura contradice aquello de que la vida sea una “herida absurda”, como canta el tango, ese insigne de “La ultima curda” compuesto por Castillo y Troilo. Diría, en cambio, que a través de sus palabras, las heridas, luego las costras y al fin las cicatrices (como dice Severo Sarduy) van dibujando una cadena, un mapa geográfico, personal y colectivo, que puede tener sentido, puesto que sirve para retratar, para rescatar del olvido la delicada y firme tela que se teje con los sentimientos compartidos que se guardan en la memoria y el corazón, y que nos abrigan en tiempos de vacas flacas. Y eso, tampoco es poca cosa, no?
Y es por eso que hoy quiero celebrar junto a ustedes.
Celebrar la valentía de ser optimista, públicamente, sin pudor ni cálculos.
Y como consecuencia palpable y material de la premisa anterior, celebrar el nacimiento de estos dos nuevos libros de Lolita Editores, El libro del tallervolumen 1, y Algunos adioses. Ambos tan cuidados, tan respetuosos del lector y la palabra escrita, al brindarnos una edición, un diseño y diagramación impecables, de lujo, gracias a los oficios de Bernardita Espinoza.
Celebrar también, en la línea de ese pulso íntimo, vital y estético, que recorre vida y obra de Francisco Mouat del cual les comentaba más arriba, la valentía por una apuesta que consiste en vivir sin un libreto pre formateado por las expectativas sociales, ya sean familiares, nacionales o de género, como se dice ahora; ni tampoco por las expectativas literarias de pertenecer a un canon o en su defecto, por ir en contra de él. Celebrar por lo tanto el atrevimiento de esa carencia de libreto, ese salto sin paracaídas.
Celebrar la valentía de inventarse cada día a pesar del vértigo que se siente a veces frente a la página en blanco de nuestro breve y acotado texto vital.
Celebrar la valentía de no pretender otra cosa que la de ser un ser humano que busca ser feliz a través del intercambio lúcido, lúdico, emocional y generoso con otros seres humanos.
Celebrar la valentía de expresar impúdicamente los sentimientos de amor, amistad y compañerismo hasta las lágrimas o la carcajada.
Celebrar la valentía del bajo perfil, de la rigurosidad en la tarea, de la constancia en el trabajo diario prolijo, bien hecho.
Celebrar la valentía de caminar y caminar, a veces a tientas, hacia el escurridizo portal de nuestros sueños y deseos más profundos.
Celebrar tanto la valentía de la modestia, como la de la agudeza del seso y la sencillez y la ternura, en medio de esta selva vociferante, proclive a la pirotecnia, la rudeza campante y el primer plano, ojalá en un close upsostenido.
Y es por todo esto que me siento muy afortunada y contenta de presentar este libro, porque en él, en sus historias, reflexiones y habitantes, se encierra esa vida diaria del autor y de sus personajes, de sus personajes y del autor, que se brinda generosamente y sin estridencia.
Presentar hoy estos Algunos adioses de Francisco Mouat, en días de cálculos y transacciones, de acomodos y estrategias de mercado, presentes también en los oficios de la escritura; nos contactan con una expresión gratuita de profundo conocimiento, empatía y solidaridad con la condición humana, y me hacen pensar que la poesía en general y aquella que encierra este texto en particular (entendiendo por poesía aquella en su expresión primigenia, esa que viene del griego poiesis: creación, y que alude a la capacidad de crear mediante la palabra), van tejiendo una reserva moral que deberíamos cuidar y proteger para preservar nuestra especie sobre el planeta.
María Inéz Zaldívar