A partir de la metáfora del ajiaco —plato mestizo por excelencia, símbolo de mezclas irreductibles— Palmié argumenta que los conceptos etnográficos no son ingredientes neutrales, sino resultados de procesos históricos, disputas interpretativas y encuentros marcados por asimetrías de poder. En lugar de sostener una separación clara entre sujeto investigador y objeto investigado, el autor muestra cómo ambos están profundamente implicados en un proceso de co-producción. La interfaz etnográfica, ese espacio donde se cruzan saberes, cuerpos y relatos, es aquí el verdadero foco de análisis.
Uno de los aportes más sugerentes de este libro es su atención a la serendipia como método: no como casualidad reveladora, sino como forma de apertura al acontecimiento, a lo no previsto, a lo que interrumpe la lógica lineal del descubrimiento científico. Este énfasis desestabiliza la figura del investigador como observador externo y lo sitúa dentro de una red de relaciones y negociaciones que hacen posible —y también problemática— la producción de conocimiento.